7/9/11

Una mirada desde la ventana indiscreta

Rosario, cuna de la bandera y en la zona céntrica de la ciudad la noche está estrellada. Muchas luces, ruidos de motores y lo más cercano es el cemento. Detrás hay grandes árboles que se pierden entre algunos galpones y en el fondo un fuerte reflejo blanco de la luna sobre el río que se ve negro. Un barco de carga se asoma en dirección al puerto, pero está vacío, como el río, como el parque y el monumento. Los únicos que se encuentran llenos son los autos andando sobre el asfalto iluminado. En forma espejada la misma imagen se repite del otro lado del río porque a lo lejos se distingue el puente Rosario – Victoria. Cientos de lucesitas amarillas en movimiento delante y detrás del río. La imagen de las grandes ciudades.

El río y el barco están vacíos, en silencio con la misma tranquilidad de la flor que se sitúa en la maseta, tapando una parte de la panorámica. Minutos después, al cambiar de posición, detecto que atrás de la prematura flor violeta que vive en un rincón con tierra vieja está el amor. Una pareja joven de espaldas a la ventana indiscreta, sentados en el cordón de la calle miran lo mismo que yo. La paciencia y el silencio del río. Abrazados, con besos pausados generan una contracara a la velocidad de los autos.

Una leve briza comenzó a acelerar el movimiento del río que provocó pequeñas olas, mientras el semáforo, supongo, frenó a los automóviles y los novios ya no están. La imagen se va transformando junto al giro de las agujas del reloj. También los arboles con grandes copas se están animando a danzar al ritmo del viento, suave y lento, como el río. Pero algo sigue estático, las luces, nunca se mueven y solo se apagan de día. Mientras, varios metros más lejos, la oscuridad predomina y el reflejo de la luna sobre el agua es cada vez más encandilante.

La naturaleza, a pesar de la existencia de la luz eléctrica, es la encargada de ir mutando el color del paisaje varias veces durante la jornada. La cúpula del árbol hace pocas horas era verde claro y ahora es oscura, el río era marrón medio ocre pero se convirtió en negro, tanto que casi no se distingue del cielo que por la tarde era celeste. Un gran ruido me aturde, es el camión de la basura que vino a recoger la alta suciedad de la alta sociedad. ¿Irá a parar al río?. Casi media transcurrió desde que se cruzó por mi ventana aquel barco que ya no está, al igual que la pareja de jóvenes. Pero el río sigue ahí, como la luna, como la flor.

Seis triángulos son los que no dejan visualizar que ocurre a la orilla del río, esos galpones donde miles de adolescentes y familias se entretienen los fines de semanas cuando el gobierno municipal organiza actividades culturales aprovechando el paisaje. Casi las once la noche y recién comienza a menguar el transito, paradójicamente se está empezando a poblar el monumento a la bandera. La jornada laboral terminó hace rato, los comercios ya cerraron, es ahí cuando la gente sale a disfrutar de las bellezas menos materiales que ofrece la naturaleza. Una familia, dos grupos de amigos riendo a carcajadas, tres parejas caminando y un señor con el mate en la boca, sólo, de perfila la ventana, parado y sin decir nada lleva algo colgado que parece una cámara fotográfica.

Detrás del río ya ni se ven las lucesitas, solo dos o tres de a ratos. Ahora es el contenedor de basura el que debe estar vacío, hasta mañana que lo vuelvan a llenar. ¿El barco ya estará cargado? No volvió y las banderitas celestes y blancas que bordean al monumento, ahora, menos avergonzadas y sin cohibirse por los autos también iniciaron un lento flameo al ritmo del viento que de a poco amenaza con aumentar su velocidad. La patria reflejada en esos trozos de tela moviéndose y en esas personas riendo y tomando mates. Los arboles se tambalean más que antes, el ruido disminuyó notablemente y el rio sigue vacío pero lleno. Sigue atrás y al costado de una sociedad que no aprendió de su paz pero todavía merece bailar al ritmo del viento.

Me posiciono un poco más lejos, ahora toda esa imagen se encuentra encerrada en un marco de cuatro varillas amarillas. En el marco de una ventana indiscreta que esta noche espió a los rosarinos que transitaron la calle Córdoba o quien dice a algún entrerriano que cruzó en su vehículo el puente Rosario – Victoria. Pero el verdadero marco lo hacen cada uno de ellos a diario en esta ciudad. Trabajando, juntando basura, andando en sus autos, mirando el río, manejando un barco de carga o tomando mates o simplemente contemplando como aquel hombre que creo llevaba una cámara fotográfica o como yo relatando el pasar de los minutos y la transformación en un tiempo determinado.

Cuarenta minutos pasaron desde aquel primer vistazo. Ya no están las mismas personas, ni los mismos autos porque todo muta constantemente, pero el río, la flor, la luna y los arboles siguen allí formando parte del marco que encuadra a Rosario. La segunda urbe más grande del país, que cuenta con 1.028.658 habitantes, con el río Paraná, con árboles y calles anchas. Diferente a muchos otros lugares del mundo, pero todos son alumbrados por la luna y siempre hay una ventana indiscreta desde donde mirar lo que ocurre. Sólo es una observación, puede haber muchas y diversas, sólo es un espacio y un momento, que de hecho son demasiados y distintos, pero en cualquier sitio existe y se hace presente la naturaleza transformando el día en noche y evolucionando constantemente. La sociedad también puede evolucionar y dejar vacío de una vez por todas el tacho de basuras pero eso depende de cada uno, hay quienes necesitan que siga siempre lleno, como el río.

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